Hola, soy una incongruencia. No me lo toméis en cuenta, ni soy siniestra, ni emo, ni tengo la cara parcialmente oculta o deseos de sacrificar pollos y demás seres bípedos o cuatrípedos o cuantas patas quieran tener. Así pues, pido respeto y decencia mientras me dispongo a comer mi estupenda ensalada de tomate :)
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Estoy solo. Todos los seres que existen en el mundo mueren solos.
Ve, destroza el mundo que tanto detestas, me dice la Voz. La miro. No sé quién es. Una sombra. Todos lo son, y los detesto a todos tanto como me detesto a mí mismo. La Muerte es su tragedia y en cambio, la mía es no morir. ¿Quién eres y por qué he de destruir todo aquello que odie? No eres nada, sino portadora de una voz que despierta mis demonios. Hambrientos, sedientos, con el Caos grabado en sus lenguas de fuego. Sombra infame, existencia infecta, dime que destruya. He olvidado la palabra no. Me pierdo a mí mismo, y soy libre.
Ya no la miro. Ahora que ya la he visto, no quiero volver a verla. Doy un paso. El sinfín continúa y me deleito escuchando las campanas del Juicio Final. Doy otro paso. El tiempo se congela tanto que siento que pasen años en un solo segundo. Veo más sombras. Mortales. Antes compartíamos el mismo fin del camino. ¿Ahora? Donde otros perezcan, yo seguiré caminando. Doy otro paso.
Y otro.
Y otro.
Luces, muchas luces.
Cierro los ojos y todas las vidas a mi alrededor laten en mis oídos. Esta noche el Monstruo se quita la máscara y no tiene intenciones de agradar a nadie. Esta noche el mundo será servido en vajilla de plata y todos sucumbirán ante jurisdicciones absurdas. Más sombras. La Voz vuelve a resonar en mi cabeza.
Otro paso.
Luces, campanas.
Cruzo la carretera, sin que los sonidos de los frenazos bruscos y las estruendosas bocinas sean tema de mi incumbencia. Mis Demonios se impacientan y aceleran mis pasos. En pocos minutos, a mí alrededor hay un parque, y las sombras están frente a mí. Me miran y yo las miro, pero no las veo. Veo rabia, veo desidia, que, cogidas de la mano se infiltran en mi médula y me ordenan rotundamente que me libere por fin.
Golpeo.
Una de las tantas sombras que ante mí se alzaba sale disparada unos metros y cae contra el suelo. No oigo sus gritos aunque resuenen molestamente en mis oídos, no me importa su dolor. Vuelvo a golpear y el resto de sombras tratan de abalanzarse sobre mí. No pueden, y me da asco que me toquen. Golpeo de nuevo, sin importar cual de todos estos seres inmundos se lleva el golpe. Es indiferente.
Gritos. Luces. Campanas.
Respiro hondo y huelo a Caos. Me agrada, y me llena de rabia no ser comprendido. Golpeo otra vez. Destrozo rostros que suplican una clemencia que mis oídos no alcanzan, claman palabras que fueron tachadas de mi vocabulario. Siento mi cara cubierta de sangre. Y mis manos,que ya ni manos son. Pronto, las sombras dejan de moverse y se quedan en el suelo, inertes. Pero no importa. El Monstruo se regodea en el altar de la indiferencia.
Sigo caminando, y esta vez, ninguna sombra se acerca. Todas huyen. ¿Por qué? Miedo, otra de las tragedias de la humanidad.
Gritos. Bocinas.
Sigo mi camino, a ciegas, obedeciendo a voces infernales. Destruyendo todo aquello que detesto. Todo aquello que alguna vez hubiera amado. Porque ya no hay vuelta atrás. Doy otro paso y, sin cerrar los ojos creo soñar con quemar el telón de la función de mi vida con un bidón de gasolina entre mis manos.
Luces. Sirenas. Campanas.
Unos focos entorpecen mi camino y una sombras me hablan. No las escucho, hasta que una de ellas, repugnante, pronuncia el nombre que porto.
Yo. I. Je. Ich. Watashi.
Mis manos, manchadas de sangre, rebuscan en la chaqueta y disparan la pistola contra el infame que ha osado a dirigirse a mí. Ahora mis pies ya no caminan. Corren. Tan rápido que si poseyese venas, explotarían. Si tuviese corazón, se desintegraría. Pero nada de eso ocurre. Sigo corriendo, huyendo de las luces, de los gritos, de la vida. Nadie puede dar conmigo. Ahora no. Llego al pulmón de la ciudad, lejos de todo aquello que odio excepto de mí mismo. Sumirme en el vacío es todo lo que quiero. La oscuridad se cierne sobre mí y los árboles apenas dejan filtrar la luz. Continúan mis pasos en busca de la Nada, pero no es ella la causante de que me detenga en seco.
Frente a mí, destacando entre el resto de la vegetación que me rodea, lirios.
Lirios blancos.
De repente, mis obsesiones con el vacío parecen difuminarse y extiendo la mano para tocar la flor. Lirio, dime ahora porqué si soy capaz de destruir todo aquello que toco, no puedo destruirte a ti. Aquí, desde la oscuridad, encerrado en el Templo de los Sincorazón y celoso de cada latido que oigo... Te pido que me contestes.
Recibo respuestas indeseadas. La sombra infame ha seguido mis pasos. No la veo, mas no importa. No quiero volver a verla. Quiero sepultarla bajo ríos de lava. Quiero que vea el Fondo.
Tócalo.
Sumérgete.
Lirios. Lirios blancos. Sigo mirándolos. Sigo esperando mi respuesta.
No hay futuro. Estoy solo.
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